21 de mayo de 2015

CÓMO QUEREMOS EDUCAR

 La educación no debe ser un sencillo compendio de datos sin valores, una transmisión de ideas sin emociones…


Su labor es formar seres humanos y hacerlo de la mejor manera posible porque, de esa formación, me atrevo a decir, dependerán el futuro de una sociedad y del mundo.

La educación, por tanto, debe modificarse, debe perfeccionarse, debe estar preparada para crear generaciones futuras capaces de pensar, de reflexionar, de decidir, de actuar, de formarse opiniones libres, humildes y responsables.


El papel fundamental de la escuela no es llevar a rajatabla el temario de lengua, el de matemáticas o el de ciencias, sino el de la misma vida. La escuela debe educar a los niños con unos valores éticos, morales y humanos que les enseñen a vivir. Los niños deben aprender de tal forma que, aquello que aprendan, les sirva para responder a su realidad. El niño debe apreciar la importancia que tiene ser capaz de hacer todo esto a lo largo de toda su vida.


Los educadores debemos abordar la existencia de algunos temas transversales que van más allá del proceso habitual de enseñanza-aprendizaje, transmitiendo enseñanzas que permitan considerar la realidad por encima de lo meramente tangible. De este modo, al avivar un aprendizaje que posibilite el diálogo, la reflexión y el cuestionamiento y que a la vez abarque un proceso continuo de socialización, ayudaremos a nuestros niños a formarse como personas, como seres humanos íntegros y empáticos.


La finalidad de la educación es que la persona aprenda a pensar sobre temas sociomorales, es decir, que desarrolle formas de pensamiento cada vez mejores en el marco de los conflictos de valor. Pero también, que esa persona aprenda a aplicar esta capacidad de juicio en su historia personal y colectiva para mejorarla y que supere ese nivel de razonamiento para ser capaz de realizar lo que piensa a partir de su propia conducta.


Por lo tanto, la educación debe embarcarse en una aventura que exige romper los moldes tradicionales. Así, partiendo de los tres grandes valores (paz, libertad y democracia), que necesariamente deben ser transmitidos a los niños en la escuela para hacer posible el ejercicio de un mundo mejor, podemos derivar otros muchos valores y actitudes. Y diferencio entre valores y actitudes porque el concepto de valor es mucho más amplio que el de actitud, ya que sobre un mismo valor se fundamentan varias actitudes más específicas.


Para vivir en sociedad es necesario respetar las normas de convivencia que nos permiten construir un universo compartido con las personas que nos rodean. Esas normas se construyen desde una cultura compartida y varían de unos lugares a otros dependiendo de los valores de cada sociedad.


Los valores se refieren a cualidades que poseen ciertos objetos o determinadas acciones, gracias a las cuales son consideradas preferibles o más acordes con nuestros principios morales. Suelen ser socialmente compartidos, aunque también pueden ser individuales y que una persona aprecie positivamente cosas que para el resto de ciudadanos carezcan de valor. Los valores morales determinan las normas de conducta que indican cómo nos debemos comportar ante diferentes situaciones.


Las actitudes son la traducción de nuestros valores a la acción. Seguir unas normas morales basadas en nuestros valores es una manifestación de responsabilidad con nuestros propios actos y de una actitud de respeto en nuestras relaciones con los demás.

Entonces la escuela, teniendo en cuenta que cada niño arrastra un código moral propio dado por sus experiencias personales, su cultura, sus costumbres, su familia… debe transmitir esas actitudes y valores morales que enseñan al niño a vivir, pero también a convivir con los demás. Valores y actitudes como: paz, libertad, tolerancia, solidaridad, respeto, responsabilidad, compromiso, honestidad, humildad, esfuerzo, nobleza, amor, hospitalidad…

No obstante, no debe convertirse únicamente en un hábito el enseñar a los niños los valores por los que deben regir sus vidas. Actualmente, las palabras que los simbolizan se colocan en las aulas formando parte de una gran diversidad de composiciones: en los pétalos de una flor hecha con globos, en sombreros de cartulina, en manos de papel… Pero, ¿estamos seguros de que los niños realmente saben que significa cada uno de ellos?

Es imprescindible que un niño pueda percibir las diferencias que existen entre un valor y su opuesto. Un niño no podrá reconocer nunca qué es la paz si siempre vive entre guerras, tampoco sabrá que es la solidaridad si no ve el egoísmo…

Por este motivo, hemos querido llegar mucho más lejos. La asignatura de expresión plástica nos ha ofrecido la posibilidad de llevar a cabo un proyecto que para nosotras es muy importante. Con él, no enseñamos a los niños directamente los valores,  sino que les mostramos la cara oculta de la moneda, aquella cara que algunos pueden estar viviendo en sus casas, sumisos a ella.  Les hemos invitado a evitar este tipo de situaciones, a pedir ayuda si las han visto, a ser personas íntegras y valientes. Les hemos enseñado qué es la violencia de género.








Pero no se trata de llegar y decir: “Niños, hoy vamos a aprender a luchar contra la violencia de género”. No, porque el niño debe reflexionar,  porque aprendemos a ser personas a medida que nos vamos comprometiendo a vivir libres de discriminación. El aprendizaje se produce en la medida en que uno vive.


Por lo tanto, los alumnos deben entender que no discriminar y no maltratar significa reconocer la dignidad intransferible de cada persona y ser capaz de resolver los conflictos que surgen, inevitablemente como consecuencia de la convivencia, a través del diálogo y nunca utilizando la violencia.

A pesar aumento de sociedades democráticas más o menos consolidadas; el problema de la violencia de género sigue siendo una gran amenaza, pues nos encontramos muchas actitudes de este tipo y, en algunos casos, verdaderos comportamientos inhumanos que van desde los insultos hasta la muerte.


Ser un maltratador es tener una actitud inhumana e inmoral, estas personas arrancan al otro su libertad sin darse cuenta de que, al mismo tiempo, se está robando a sí mismo la posibilidad de enriquecerse de la verdad del otro; marca las relaciones a partir de la desigualdad, el machismo, la prepotencia, la imposición, la descalificación o el desprecio; y, como consecuencia, hace imposible la convivencia humana. Desgraciadamente, en muchas ocasiones,  el grado de violencia es tan alto, que compromete la paz entre los humanos y  puede acabar con la vida de muchas personas.


La educación debe tener un fin, un propósito, debe responder a un “para qué”, debemos entonces preguntarnos en qué hemos fallado, qué estamos haciendo mal  para que en el mundo siga existiendo un grado de crueldad tan elevado que sea capaz de poner fin a la vida de tantos seres humanos.


Pues bien, la respuesta es que a pesar de todo, nuestra sociedad no nos educa para el respeto, no nos educa para el diálogo, para el compromiso, para la solidaridad y para la resolución de conflictos de forma pacífica. Por el contrario, existe una alta competitividad, agresividad, violencia, barbarie, guerra, egoísmo, asesinatos, machismo… Se centra en lo superficial y no enseña ni valora lo verdaderamente importante.


La educación tiene el deber de construir un mundo comprometido con los derechos humanos, con la libertad y la justicia; un mundo al que las diferentes tradiciones religiosas y culturales no deben impedirle luchar para oponerse a todas las formas de inhumanidad y por tanto dirigir todo su esfuerzo en obrar por una mayor humanidad.


La escuela debe educar porque, ante un mundo que no es perfecto y que es más cruel porque la violencia, la muerte y la intolerancia lo han hecho así; las actitudes no violentas permiten afrontar los problemas con un espíritu de progreso, de apertura y paz.


De manera que para educar a los niños se debe partir de crear espacios de diálogo y cooperación, de promover una cultura de paz y solidaridad, y de luchar contra el machismo, el maltrato y la humillación. 

Por todos estos motivos hemos decidió enseñar a los niños la violencia de género, quizá desde su cara más optimista (si es que puede tener alguna). Cómo lo hemos hecho lo veremos próximamente.

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